13/01/2022

Los errores



Escribí este texto para mi newsletter de LinkedIn, intitulado Anticonsejos de escritura. Sin embargo, lo hice para Estefanía, que es mi amiga correctora, la que me enseña y me explica, la que además ha sabido conocer a las personas mediante sus errores.

Y como desde hace tiempo le prometí que iba a escribir en Prole, es más que pertinente traerlo a este blog, que a tantos nos ha enseñado a no cometer ciertos errores, a avanzar en ese trabajo perpetuo de la corrección.

Aquí va:




No hay ningún escritor que no cometa errores. No hay libros que no necesiten una siguiente corrección, incluso si pasaron por el mejor corrector de estilo. Todos erramos en la lengua. Hasta en el DRAE hay errores. La lengua correcta es un anhelo en el que aprendemos

En cada regla de la lengua hay un saber implícito que incluye historias y geografías, pueblos y viajes. Es el testimonio de un cambio mayor que nosotros. Es parte de la memoria que constituye el gran presupuesto de nuestro pensamiento. Al aprender en el español, en su gramática y sus significados, en sus reglas, afirmamos que no somos indiferentes a todos los que lo han hablado, que incluimos el pasado tanto como el presente que está transformando la lengua.

Y digo «en» porque la lengua es el objeto de aprendizaje, lo que está ante nosotros, pero también su lugar, lo que nos relaciona como sujetos con ella misma como objeto. La búsqueda incesante de la corrección, que es la actividad dominante al escribir, es una muestra de respeto y amor por el tiempo que llevamos con nosotros.

Pero no solo las reglas y el «buen uso» nos enseñan lo que somos. También los errores. No hablan de nuestros defectos o de lo que debemos mejorar, como podría creerse. Tampoco nos enseñan para «no volver a cometerlos». Como dijo hace años un amigo, a propósito de la tontería esa de que está condenado a repetir su historia quien no la conoce, lo único que se aprende de los errores es a cometerlos mejor.

Tal vez lo de cometerlos mejor pueda significar cometerlos con más atención. Los errores son signos de lo que ocurre en nosotros. No deben corregirse con afán. Cuando nos encontremos uno en un texto, deberíamos detenernos a pensar por qué está ahí: qué dice de nosotros, qué pasaba cuando escribíamos, a qué otro pensamiento le estábamos poniendo atención. Los correctores de estilo son muy veloces en hundir la tecla para borrar.

Pero los errores no son, como se ha creído tradicionalmente, el testimonio de un defecto, esto es, de una falta o una insuficiencia. En una tradición medieval, Descartes definía el error como el desajuste entre un entendimiento finito y una voluntad infinita; es decir, como el resultado de que queramos hacer —o saber, y aquí no debería haber mucha diferencia, visto que el conocimiento está orientado a la acción— más de lo que sabemos (hacer). El error quedaba del lado de la ignorancia, pero, por la misma razón de este argumento, del lado del deseo como nuestra forma de la infinitud. Por ello mismo, en la voluntad infinita quedaba el pensamiento puro, el que no sirve para teorizar el mundo, pero sí para movernos en él y llevar a cabo nuestros actos.

Cuando es libre y no se ciñe a otros modelos, como el del conocimiento, el pensamiento no es otra cosa que deseo.

Los errores en la escritura nos dicen también qué queremos. He observado en mí y en mis allegados algunos errores que me han enseñado tanto como sus correcciones.

Es frecuente la falta de concordancia de número. Esto significa que se pone el verbo en singular aunque el sujeto esté en plural, o viceversa. Hace días, en otro blog, escribí esto: «Y es esa esperanza del otro en nosotros mismos, o del otro que oímos hablar como nosotros, la que forma la suma ciencia y el amor primero». Debía ser «forman», pues lo hacen la suma ciencia y el amor primero. Bastaría poner una ene, pero lo he dejado así en el blog porque me ha hecho reflexionar.

Este error se debe a la inversión del orden habitual de la oración. Casi siempre está el sujeto al principio. Luego sigue el verbo. Después van los complementos directos e indirectos (y en otra entrada puedo explicarles qué son a los que no lo sepan, pero también pueden buscar en Google). Los complementos circunstanciales sí pueden ir en otros lugares. Aquí es al contrario. Primero va el complemento directo («esa esperanza del otro en nosotros mismos»). Después va un inciso que dilata la oración pero no altera la estructura («o del otro que oímos hablar como nosotros»). Le sigue el verbo principal («forma»), complementado por un «la que», puesto que había puesto un «es» antes de «esa esperanza». Y al final sí está el sujeto de la oración: la suma ciencia y el amor primero, esto es, Dios.

En este error hay un deseo de hacer que el objeto del verbo sea sujeto. Por eso el verbo queda en singular: es como si el sujeto fuera la esperanza. Esta es la esencia de lo que llamamos animismo, que consiste en darles almas —o sea subjetividades— a las cosas. El politeísmo participa del mismo misterio: los que en el lenguaje ocupan el lugar de objetos, en el mundo son sujetos o dioses. Pero nuestra modernidad, esa que empezó Descartes y para la que el error es tan atractivo como peligroso, ha dividido la lengua y el mundo entre sujetos y objetos, no entre sujetos y sujetos.

A pesar de la modernidad, hacer del objeto un sujeto sigue siendo el presentimiento poético por excelencia: no solo que una cosa puede ser otra, sino que todo cuanto es habla y actúa, no solo padece a un verbo. En este error tan frecuente se cifra la atención: cuando miramos de cerca, nada es solo una cosa, sino un susurro, un silencio largo, una mirada paciente. Y en el fondo este error explica la fe. Aunque no todo sea Dios, sí se le puede descubrir en cada cosa, expresado en todo cuanto es, plural como la ciencia y el amor, singular como la esperanza. La esperanza podría también ser la que forma la suma ciencia y el amor primero. El error me enseña un sentido que no había pensado.

Hay quizás también un deseo de equilibrio, una idea de justicia: sobre lo singular debe actuar lo singular; sobre lo plural, lo plural. El verbo debería ser el centro de una simetría. Pero la lengua, al pedirme concordancia en esa oración, me enseña también otro misterio de la fe: lo uno puede desmultiplicarse (como dijo hace años mi profesor Adolfo Chaparro) y variar. Ese es el secreto de la creación del mundo: que de lo uno surgiera lo múltiple, que es lo que repetimos cuando a un sujeto singular le corresponde un complemento directo plural. Pero es también el secreto de la salvación: que lo múltiple —o sea un sujeto plural como el de mi oración— se reúna al final —o al principio, si se invierte la estructura— en lo uno —o sea un complemento u objeto singular—. Es la esperanza.

Quería comentar más errores, pero ya he escrito mucho. Solo comento brevemente otro. Es común usar el adverbio «donde» para designar realidades temporales o ideales. Según el significado y la regla esta palabra, «donde» debe usarse para lugares o espacios. Muchas veces debe decirse «en el que» y no «donde». El «en» precede a la materialización de un lugar. Pero, cuando usamos el «donde» para hablar de lo que no es un lugar, expresamos nuestra intención de hacerlo tal: de estar en él y habitarlo, de hacerlo nuestro lugar.

Termino de escribir esta entrada para irme a comprar regalos navideños de última ahora. Nótese que al decir «irme» y no «ir», al poner una palabra reflexiva en un verbo que no debería llevarla, al usar el pronombre enclítico (esto también lo pueden buscar en Google), sugiero que comprarles regalos a otros es comprármelos. De igual manera, corregir a otros es siempre corregirse a sí mismo. El otro somos nosotros. El objeto es sujeto.

Amemos nuestros errores como ellos nos aman a nosotros.

Estefanía (otros dirán que es Descartes)






25/06/2015

Manifiesto

A la gente le gusta este sitio, de eso no hay duda. A cada rato me piden más entradas o me sugieren temas. Y he visto que a Constantino también. 
Es increíble, porque apenas tenemos veintiún entradas desde febrero de 2012 y la página, a pesar de ello, es un tema que siempre, siempre, entra a colación cuando me veo con alguien, y desde que devine en escritora (como por arte de magia) me gradué de, no sé, autoridad del español. Algo así. 

Explícales, ve y diles por qué es importante la ortografía; por qué la gramática es un asunto que todos tenemos que manejar; intenta iluminar a los jóvenes, propende por mostrarles que es el camino correcto esto de escribir según las normas; incentiva, cultiva, evangeliza (¿qué otro verbo podría ser más preciso para esto, específicamente de ese idioma que nos trajeron desde Castilla para hablar en buen cristiano?) y penetra sus mentes diciéndoles que es vital, fundamental, imprescindible.

Y la verdad es que no. La verdad es que, y no porque se trate de una causa perdida o de que la gente no quiera aprender, ni la ortografía, ni la gramática, ni la sintaxis, ni todo ese corpus que compone su enseñanza y aprendizaje son tan importantes; nunca lo han sido. O lo han sido en cuanto  modales y buen gusto. Como saber con qué cuchillo se parte la carne, con cuál el postre y con cuál, y saben que esto es muy en serio, la ensalada. Hay maricadas para todo, ¡para absolutamente todo! Especialmente cuando se dispone de tiempo y uno puede sentarse a leer tratados de croché, decoración o, sí, gramaticales. Divertimientos burgueses, vaya, que más que propender por una pragmática del lenguaje, hacer del nuestro un idioma inteligible entre quienes lo hablamos, solo complican la existencia del bachiller o extienden las discusiones, cada vez más frecuentes, sobre tal o cual término y su uso adecuado. Pare de contar. Para tener la razón es siempre imprescindible, y entonces no puedo negar que es de gran utilidad cuando a la hora de corregir tesis o monografías, ensayos y papers (hijueputa) que van a presentarse ante un grupo de tarados que tampoco saben de esto lo que deben saber, se trata. Esos, que miden los márgenes del escritico que sea bajo unas normas que nombran con siglas y números; y la justificación, y la viñeta, y la sangría o sangrado o sangrona (es que en serio, yo de eso no sé) pero nunca lo que dice el estudiante, razón por la que, supongo, hay tanto profesional por ahí, con todo y doctorado, más que desocupado (y esto es lo verdaderamente preocupante, disculpen) enseñando en universidades y colegios o esparciendo estupideces en columnas y libros. Pero yo del problema del empleo, desempleo, educación y falta de ella no pienso hablar ahora. Ni de la estupidez, a secas, porque llamarla humana es más estúpido aún. Consciencia, dijo Saramago. Consciencia. 

Pienso en el destino de Prole, en su origen, en sus cimientos y en qué debería o podría terminar siendo. Bien podría quedarse así, como un portal prescriptivo al  que más que nada vienen a averiguar por tildes, según las estadísticas de Blogger. Desde Ucrania, Colombia, Alemania, Australia, Perú, Chile y México. Ah, y el mes pasado estuvo Rusia en primer lugar. Quedarse así, también con mis peroratas y la erudición de Constantino, resolviendo dudas o lo que sea, y ya. Dejarlo hasta aquí, seguir pagando por el dominio (gracias, Juan) para que esta etapa de nuestras vidas no haya sido en vano. 

O empezar a hacer lo que Constantino hizo ya con Silva Romero y venir a escribir, si yo me animo, si a él no le da pereza, si a mí no me ataca una histeria -otra, otra vez- que termine por atrofiarme las ganas de escribir y publicar y, en fin, como decía, cambiar un poco, o del todo, la razón de ser de este proyecto. 


Hace poco, Villegas me escribió esto, a propósito de una pregunta que le hice sobre cómo debe usarse exactamente el patético del inglés en español, ya que en el DRAE, como bizarro, significa otra cosa:

"Hola, Tefi.
Como pasa el tiempo me convenzo más y más de que las discusiones sobre semántica no siempre se pueden ni deben resolver con diccionario en mano (sea el DRAE o el DPD). Antes, yo no me cansaba de repetir que tal palabra significa esto, que no se debe usar de cierta forma, que la RAE desaconseja aquel uso, etc. Hoy me inclino más por la apreciación de la polisemia y del valor del uso por encima de la autoridad o el canon.
Con todo, algunas palabras las uso a mi manera, que coincide con algunos diccionarios o gustos de escritores que admiro. El DRAE no registra patético como algo bajo o indigno, pero por influencia del inglés muchos lo usan así. Y está bien. Creo incluso que ese es uno de los usos predominantes hoy en día, y por eso en el prólogo a tu libro aclaré que hablo de lo patético como de lo conmovedor (y seguiré usando la palabra así). La traducción del uso común de "pathetic" (que ni tan común, pues aquí figura de última y también como voz informal http://dictionary.reference.com/browse/pathetic?s=t) es patético. No hay otra palabra mejor. Creo que la cuestión aquí no es de si hay o no una palabra precisa que exprese esa idea, sino de cómo se usa la palabra (irónica o sardónicamente, queriendo insinuar que lo que podría conmover realmente lleva a otro tipo de lástima, o desdén o burla)."

En todo caso seguiría fiel a su nombre y a su acrónimo. Prole significa descendencia o parentesco. Un conjunto numeroso de personas que tienen algo en común.

Porque el hombre, su devenir, es lenguaje; es lo que lo diferencia (ay, este cliché) de las demás especies: lo traza, lo atraviesa y lo define. Las matemáticas y la música, por nombrar algunos de lo que en la teoría se conocen como lenguajes sintéticos, no son otra cosa que garabatos depurados (mucho) y especializados que nos han permitido crear maneras menos dispendiosas para entender los fenómenos, resolver problemas, componer, descomponer, deconstruir... En un sentido ontológico, y por ende filosófico, todo lo que es se nombra, por más inenarrable que algunas cosas nos resulten (el hecho de que podamos nombrar aquello que no puede nombrarse con palabras es una bonita paradoja). Así, aquello que alguna vez fue “solamente” un conjunto de palabras, “lo que en principio era el verbo”, terminó por convertirse en algo tangible gracias a necesidades que llevaron a muchos a transgredir normas y desafiar autoridades — y no solo, o ni siquiera, ortográficas, semánticas, gramaticales porque, como ya lo dije, esto nunca ha sido realmente importante. Lo “presentido” desde la filosofía, la religión, la teología, la literatura, el cine y la ficción, mucho de ello ahora es comprobable, probable, factible y verificable por la necedad de aquellos.

Una lengua -esta, la española, desciende de otras muchas (latín, griego, árabe) que a buen seguro terminará, debido al uso y al abuso, por convertirse en otra, y esa en otra, y así. 

Ahora bien, no puedo dejar de hacer cierta mueca  al escribir que a la Real Academia de la Lengua le vino “en suerte" cumplir trescientos años justamente hace dos. Estaba prevista la vigésima tercera edición para 2013, pues el DRAE se revisa y se recrea cada veinte años. Le vino en suerte en una época en la que a cada segundo aparece un adminículo y, con él, debido a la velocidad de crear y recibir información, neologismos que terminan por crear verbos, inflexiones, categorías ontológicas y discusiones en torno a cómo deberá pasar al español. Si ponen atención, si se fijan, ahora nadie, así su lengua materna sea esta, quiere bautizar a su empresa o invento o lo que sea en este idioma, por lo que el trabajito de castellanizarlo todo, me imagino, se les ha convertido en tremenda tarea. De ahí que aún no haya salido la muy esperada (por los coleccionistas) edición del tricentenario. O porque la plata. O porque ahora “nadie compra libros de papel”. 

Mientras, ni cuenta se han dado entre ellos de lo que hacen ni de lo que escriben. Tal vez es que los académicos y miembros de número de tan pomposa y vetusta institución solo prestan sus nombres, porque las normas que prescriben, y basta con leer a Pérez Reverte, por nombrar solo a uno para verlo, no las cumplen. 

Como sea, Prole se declara en abierta rebeldía y  desobediencia y para de hoy en adelante sus dos miembros se permiten apartarse, en la medida de lo que convenga, de sus dictámenes. 


24/08/2014

#Jalóndeorejas

Desde hacía ya un tiempo y sin discutirlo siquiera, Constantino y yo, cada uno por su lado, fuimos dándonos cuenta de que, primero, esto de intentar enseñarle a hablar y escribir a la gente no tiene sentido; más porque se trata de resabios y añoranzas, o bien de determinados sonidos, grafemas y pronunciaciones que se quedaron grabados, que por una franca desidia o por aquello que me alegan ciertas personas, dedicadas algunas, por cierto, a la enseñanza del idioma en colegios y universidades de «es que loro viejo no aprende a hablar». Los loros no hablan y, sin afán de hacer menos a otras especies, el ser humano tiene un cerebro que, si se vacía de prejuicios y saberes equívocos, puede aprender lo que se proponga. O bueno, al menos unas normas básicas, porque ni la gramática es física cuántica, ni la ortografía es tan compleja como, no sé, la neurofisiología. 
Era arar en el mar. Lo es.
Sin embargo, y aquí viene lo segundo, había una molestia por parte de ambos, expresada en tuits, por la falta de respeto hacia el lector que nos tienen los medios «tradicionales» -y los no tanto- de comunicación. 
Fidel Cano Correa, hace unos años, creó la etiqueta #Jalóndeorejas para que así, los usuarios de Twitter le advirtiéramos sobre los errores ortográficos y gramaticales que viéramos en el periódico. Todavía hay gente candorosa y buena que insiste en ello, a pesar de que es rarísimo encontrar una sola nota, ¡una! que no tenga errores de todo tipo. Garrafales. Ya ni siquiera de tildes mal puestas, ni del muy señalado por el uso errado del término «burgomaestre» para referirse al pésimo alcalde que presuntamente gobierna a Bogotá; o «bizarro», que por su uso consuetudinario  (al que tarde o temprano cederá la Real Academia Española, como lo hizo con traumar y con antier), terminé por aceptar con su acepción francesa de raro, extraño, friki (ya aceptado, por cierto, en nuestra lengua). O estrambótico y aun polémico -término que, por cierto, se volvió un eufemismo blanqueador, un atenuante de delitos y de delincuentes. No, ya ni siquiera se trata de eso.
Hago un paréntesis. Ese abuso se extendió a otros países de habla hispana, y quisiera explicar que polémica viene del griego πολεμική, que traduce 'arte de la guerra'. Luego, extendido a la oratoria, pasó a ser controversia. Por definición, controversia es una discusión de opiniones opuestas, por lo que no tiene ningún sentido, ni siquiera en lo semántico, llamarle a un criminal, a un delincuente, a un desfalcador, polémico.
Hombre, sí. Volviendo a El Espectador, trato de entender sus infames decisiones editoriales para mantener abierto el único periódico que fuera serio en este país, seriedad que le costó la vida a su más célebre y eminente director, don Guillermo Cano. Entiendo que haya alianzas con conglomerados económicos y a su vez políticos (hoy en día eso es lo mismo) que los obliguen, con Caracol, a atenuar la gravedad de ciertos asuntos, porque los patrocinan y, en parte, porque son dueños y a su vez socios de los cacos y de tanta gente cuestionada. Eso, en todo caso, no vuelve a los Nule ningunos «polémicos empresarios», por ejemplo. Es más, ¿por qué los redactores o periodistas de ahora se dan el permiso de adjetivar y adjetivar y adjetivar? Ya, basta con decir Guido Nule, Uribe, etc., sin matices, que ya la gente sabe qué y quiénes son. ¿Polémicos? Si vamos al uso vernáculo y extendido, lo que se dice polémico, pues Maradona, y Madona y Michael Jackson y hasta la Negra Candela, que mostraban los calzones o ni se los ponían, se besaban con hombres y mujeres y salían a decir cualquier sandez, y ya. Controvertibles, sí, por supuesto; los otros son casos tipificados en el Código Penal. 
Saliendo de este paréntesis, voy a enlazar lo que ya fue 'la tapa', eso que vino a colmarme por completo la paciencia, que fue esta exclusiva de Semana.com.
Leer una nota así es como oír un disco rayado, que brinca, se devuelve y ¡no se deja oír! Ir a la ópera y encontrarse con que, como los mariachis que hay en Medellín, tienen todos los instrumentos desafinados y sopranos, barítonos y tenores no son más que tres merenderos de Envigado. No. 
Notas de semejante relevancia (y yo no pido que al pobre muchacho al que seguramente le pagan un muy mal sueldo lo echen, más bien enséñenle) no tienen excusa para ser publicadas de esa manera. Créanlo o no, en Colombia hay gente educada en estas cosas y, aunque no muy versada en el asunto, se puede desesperar con la redacción, la pésima puntuación, las conjugaciones infames del verbo haber, confundidas con el auxiliar y viceversa, más las minúsculas en apellidos y nombres propios.
No me voy a meter con los cada vez más absurdos contenidos de sus revistas, periódicos y portales. Como es evidente, tienen que pagarles a un montón de ¿redactores?, ¿periodistas? Para que así puedan funcionar sus páginas en Internet y, de paso, dar las exclusivas a las patadas, con el evidente afán de tener la chiva, sin calidad informativa ni de contenido. En lo absoluto. De ningún tipo.
Por cierto, ¿en dónde quedó la figura del Defensor del lector? ¿Qué se hizo? Carísimo ha de salirles cuando cuentan a qué olieron las medias de James después de su primer partido en el Real Madrid, cuántos centímetros aumentó la panza de Shakira en el Mundial, más todo el contenido que copian y traducen (mal) de Buzzfeed y hasta de 9Gag, ¿no? Ya ni hablar de exigirles que se aprendan el manual de estilo. ¿Aún los tienen o son solo libros de colección, editados por allá en los 80, cuando don Guillermo Cano se ocupaba y preocupaba por la forma y el fondo y la moral de este país? 
En fin. Seguirán con la payasada esa del #jalóndeorejas unos, y otros, mantendrán a sus pobres peones que, con tal de poder sobrevivir y comer, son capaces de poner en las hojas de vida que fueron maestros de español. Lo cual, me temo, puede ser cierto.  
Tan mal están los medios en Colombia que uno agradece que, por lo menos, pongan bien las comas, pero es que ni eso. 
Lo siento mucho, don Guillermo. Se hizo matar fue por nada, y en su lápida, cuando tenga con qué y cómo, mandaré a escribir, en molde de oro: aquí yace don Guillermo Cano, cuya muerte y asesinato fue en vano. Así, en verso chueco y bobo, como esos que ponen ahora en ese periodicucho que ni pa’ madurar bien los aguacates debe servir.















27/11/2012

Propuesta

Definitivamente las personas, por más acceso a la red que haya, solo leen lo que está en los diarios y hacen caso a lo que está allí. A los de gran circulación, por supuesto. 
No me quejo por el número de lectores que ahora tengo en comparación con los que tenía cuando escribía en El Tiempo. Me quejo porque es nocivo y dañino, porque si bien todos tienen un columnista de gazaperas, los demás, casi sin excepción, cometen errores garrafales, y ni qué decir de los que llaman «cargaladrillos» (redactores o corresponsales), sus propios editores, directores, etc. A estos es a quienes hay que corregir.
No llegar con soberbia y prepotencia tomándoles fotos a los anuncios que ponen campesinos y mecánicos en las entradas de sus fincas o negocios e irse lanza en ristre con burlas y fotos por sus maneras de conjugar los verbos o sus errores ortográficos. En muchos de los casos son arcaísmos, y en otros, no son más que el producto de una pésima educación que se replica en prensa y televisión. Así, vi a una profesora reprender a una alumna que escribió heroico, sin tilde (como debe ser, ya que esta palabra tiene tres sílabas, tiene un diptongo y termina en vocal) y le rebajó 0,5 en su nota. 
Contra esos, contra los doctos, contra los que se dicen sabios, tenemos que «luchar», mas no con los que viven de otros oficios y, emocionados, llegan con su letrero de "vienbenida" para el político que los visita. O sí, sí. De haber tiempo, ayudarles a hacer otro cartel, pero si no, no tomarle foto para humillarlos y subirlos a la red. 
¡Tómenles fotos a los errores de los diarios -tantas veces señalados aquí! ¿Qué gracia? Del mismo modo coger los cuadernos de los niños con sus preciosos errores y trabas, que es tan cruel, que es tan lo mismo. Pero, eso sí, no estén por ahí copiando los errores que uno ve cada vez que abre un portal noticioso o aun cultural porque entonces tendrían que autorretratar sus trabajos universitarios, tuits, estados de Facebook, columnas de opinión, blogs, tabletas, qué sé yo. Y hasta esta página y la de la Real Academia Española, también con sus tuits y los del Instituto Cervantes, que dicen una cosa sobre cifras y las escriben de otra, o bien sacan una nueva Ortografía y no la aplican con los prefijos que dictan, y así. Por ejemplo, sigue la RAE sin revisar siquiera su definición de fetiche.
Lo demás es clasismo puro y se ve mal. Ya no diré que en mi opinión, porque es lo que es. Qué lindos todos, corrigiendo al campesino, al obrero, al carpintero, al mecánico, al ebanista, que no al profesor, al escritor, al académico, al columnista. ¿Para eso leen sobre lo muy poco que se escribe en la gran prensa sobre la ortografía y la gramática? ¡Cuánta fatuidad!

14/10/2012

Breves consejos rudimentarios

• Recuerdo que aún era párvula cuando me recitaban "erre con erre cigarro, erre con erre barril. Rápido ruedan los carros cargados de azúcar al ferrocarril". Siempre suena la erre como una erre y no como ere. Ere es, por ejemplo, como suena cuando uno dice preescolar o tratado. Tarado. Así. 
De manera que no entiendo, dado el auge de la ciclovía y la bicicleta, eso de que todos anden ecológicos usándolas, por qué, si suena erre, escriben cicloruta. Suena como ciclo bruta, más que ciclo ruta. 
Para que suene, recuerde, entre vocales debe haber siempre dos erres o eres. Es decir, la letra esta r en su sonido suave. Ciclorruta y contrarrevolucionario, compañero. Un carro siempre será caro pero nunca significarán lo mismo. Carro es un, como usted sabe, automotor, entre otras cosas. Carro es sustantivo. Caro es adjetivo siempre, salvo en algunos casos, cuando es apellido. No sé, es el único ejemplo que se me viene a la mente por ahora, mientras escribo. Así, sabrá que tal y como suena debe escribirse siempre, aunque se trate de una palabra novísima o incluso inventada por usted mismo. Grábese, por favor, eso que me recitaban a mí de niña, y además, recuerde -se lo repito- que para que suene erre entre vocales debe ir doble, como en la mismísima letra en su modo de fonema vibrante. Sé que parecerá tonto este consejo, pero es bien común encontrarlo en medios de comunicación colombianos impresos, independientes, por internet y gubernamentales. Los periodistas que lean esta columna sabrán muy bien a cuáles de ellos me refiero.


• Ahora bien, yo tampoco lo sabía, pero gracias a Constantino vine a enterarme de que en español, nunca una pe será antecedida por una ene. No es algo poco común, ¿saben? Uno está acostumbrado a leer esa revista El Malpensante, cuyos partícipes son, todos, biempensantes, pero escriben "bienpensantes", "cienpiés". Biempensantes, ciempiés, Juampa...

•  Con respecto a las tildes, pensé que había ya enseñado todo lo que sabía, pero no. Alguien me preguntó el porqué de la tilde en palabras como bíceps, fórceps, cómics si, a pesar de ser graves y terminadas en ese, deben llevar tilde. Esto se debe a que, según lo establecen las normas ortográficas, las palabras terminadas en más de una consonante (así esta sea ese o ene) como las citadas, deben llevar tilde y seguir las mismas normas de acentuación que las demás. Por eso, el plural de robot, que es aguda, es robots y no robóts; el de tictac es tictacs...

21/09/2012

El síndrome del Quijote

Dice el Diccionario Panhispánico de Dudas que la forma culta, la que aconseja, la que recomienda -¡si bien la otra manera también es válida, que por su uso!- es la de preguntar qué hora es y no qué horas son. Preguntar, salvo que se trate de recriminarle al muchachito que no llegó a las doce sino a las cuatro de la mañana "¿qué son estas horas de llegar?", que también es pregunta, pero retórica. Normalmente no responderá, borracho y asustado, que las cuatro, mamá, ¿no ves el reloj?
Ahí explican que esto se debe a que la hora es un momento del día, así solamente la una (de la mañana o de la tarde) sea singular. (¡Por favor!, ya que estamos en esto, procure ser concordante y no salir con que son la una en punto. Ahí tiene que decir que es, no que son, y ya las siguientes siempre serán, así: son las cuatro, son las diez, etc.)
Finalmente, como se enredan y fracasan, terminan por decir que ustedes hablan como les entiendan o como les dé la gana, razón que de sobra da cuenta de mi síndrome del Quijote, un mal que pienso presentarles a los psicoanalistas y profesionales de la salud mental, pues consiste en una especie de sadomasoquismo cuyo goce está en enseñar cosas que se saben inútiles y en aprender las que lo son todavía más. O, lo que es peor, salen con andanadas así, un autoproclamado gramático autodidacto hilarante y delirante. Este síndrome, además, solo sería aplicable a los gramáticos de nuestra lengua, misma en la que se escribió el libro y única que tiene Academia, que además es centenaria y real, a la cual ni sus mismos académicos de número obedecen y que acepta normas opuestas a las que dicta. O quizá este desorden ya esté por ahí escrito y describan a un pobre enfermo, muy rebelde, que tiene que agachar la cabeza y hacer apostasía de su credo político y religioso cuando debe aceptar que sí, que no tiene remedio, que obedece a la RAE y acepta que haya un ente que le dicte y le diga y le enseñe cómo tiene que escribir y cómo debe hablar. 
Bueno, volviendo a lo de las horas, plurales, singulares, concordancias y demás, también puedo recomendar que digan como decía mi primera nana, Mincha, y así no tendrá pierde porque se equivoca y acierta, por lo que empata: ¿qué horas son serán? 
Yo como que ya no me atrevo a hablar de redundancias porque siempre me salen con que son necesarias. No solo Jaime Ruiz, como pudieron ver, alega que decir funcionario público es correcto; también me lo dicen periodistas y escritores, la prensa lo utiliza como máxima norma; y el abuso al erario, que no solamente es robarlo, sino escribir, después, público.  Viene a cuento desternillar, que significa reírse mucho, y aun escriben desternillarse de la risa personas que uno considera serias y dignas de respeto. Yo los entiendo, no son obsesivos, no están diagnosticados como yo. Sin embargo, hay una, de todas la peor, que es mas sin embargo o pero mas sin embargo. Ellos, que nunca escribirían estos últimos señalados, alegan que los otros pleonasmos son necesarios. Vaya. 

05/07/2012

Algunos consejos de la nueva Ortografía

Hace dos columnas hablé de prefijos, pero olvidé señalar una norma nueva que aparece en la Ortografía de 2010: el prefijo trans- es ahora tras-: trasoceánico, trasparente, traspasar, trasgredir, trastorno... solamente se usa trans- cuando la palabra que se une al prefijo empieza por ese, así: transexual, por ejemplo. O transustansación. No es que a sexual se le añada la letra ese, se le añade la ene al prefijo. 
Hay, sin embargo, quienes se obstinan en seguir escribiendo como antes. Y, de hecho, siempre ha sido así. En 1952 la Real Academia Española eliminó las tildes que consideraban innecesarias: da, dio, fue, ti, fe, etc., y dejó las diacríticas señaladas en esta columna. Recuerdo que mi abuela Lucinés, mujer que me introdujo en el mundo de la gramática, me enseñó a escribirlas así. De igual manera, mi abuelo, aun mis tíos -sus hijos- siguen tildándolas. Es como un tipo de nostalgia, de añoranza, de no querer desaprender lo que probablemente les costó trabajo. Así, al igual que con las tildes eliminadas en el 52, ha venido sucediendo con las eliminadas en 2010. Con las tildes y con las letras. De hecho, por ahí vi en Facebook un grupo que se llama algo así como "No me importa lo que diga la RAE, yo seguiré poniendo la tilde de sólo". Los entiendo. La Academia aconseja decir gai, si bien se escribe gay y su plural es gais. No se pronuncie guei. Me rehuso. Más bien digo homosexual y homosexuales para el plural, así sea más largo. 
Pero si usted es de vanguardia y quiere seguir al pie de la letra lo que dicta nuestra Academia, entonces aplique este consejo: solo no debe tener tilde nunca cuando no hay riesgo de ambigüedad. En caso tal, reemplácese por solamente, únicamente, que son sinónimas. Con los demostrativos pasa igual, la tilde se abolió del todo; las de este, ese, esta, esa, estas, estos, esos, esas, aquel, aquellos, aquello, aquella, aquellas. Ni aunque sea pronombre. 
Y a las siguientes palabras, al menos enséñeselo a Word, Chrome, Safari o el navegador que use, al iPad y al teléfono, quitándoles estas tildes y déjelas así: guion, Sion, ion, prion, truhan, frio (del verbo freír), friais, lie, lio (verbos también) hui, huis. Es decir, ya no se escriben guión, Sión, ión, prión, truhán, frió, friáis, lié, lió, huí, huís. Si sos de Antioquia, Valle del Cauca, Argentina, Costa Rica o alguna región en la que, como yo, hablás de vos, ya no fiás sino que fias. Encima del letrerito de la tienda ponés: hoy me fias y mañana también. Y así aplica para la conjugación de  todos los verbos monosílabos del voseo. 
Ojo: esto en caso de diptongos o triptongos. La norma del hiato se sigue cumpliendo por la sencilla razón de que si hay hiato, ya no hay monosílabo. 
Supongo que previendo que ya no se escribe o se escribirá a mano, los raelianos decidieron quitar (también) esa otra tilde diacrítica de la o cuando es conjunción adversativa y va entre números. Antes se tildaba para evitar confusiones con algún cero. 20 ó 30 ya debe escribirse 20 o 30. Eso sí, 8 u 80, como consejo de ñapa. 
Por último, la ye se tilda únicamente en casos de ortografía arcaizante en los que la letra suena como i. Ýñigo, Aýna.
¡Deje la nostalgia! Lo convido. Bien hemos dicho en este Proyecto que la lengua tiende siempre a simplificarse y no por un capricho romántico o una tara que usted no sepa manejar la Academia echará atrás eso del solo sin tilde y los demostrativos y el -tras y todo lo que le dije. ¿O usted, minucioso gramático y corrector, no siente algo así como un vacío en el estómago y una cosita en los ojos cuando lee fué, fé, tí? A mí me desconcentra en la lectura, me toca devolverme, hacer de cuenta que esas palabras están bien escritas y seguir. No es fácil. Por eso, lo confieso sin pena, no he sido capaz de leer El Quijote. Pero esa tara ya es mía.