24/08/2014

#Jalóndeorejas

Desde hacía ya un tiempo y sin discutirlo siquiera, Constantino y yo, cada uno por su lado, fuimos dándonos cuenta de que, primero, esto de intentar enseñarle a hablar y escribir a la gente no tiene sentido; más porque se trata de resabios y añoranzas, o bien de determinados sonidos, grafemas y pronunciaciones que se quedaron grabados, que por una franca desidia o por aquello que me alegan ciertas personas, dedicadas algunas, por cierto, a la enseñanza del idioma en colegios y universidades de «es que loro viejo no aprende a hablar». Los loros no hablan y, sin afán de hacer menos a otras especies, el ser humano tiene un cerebro que, si se vacía de prejuicios y saberes equívocos, puede aprender lo que se proponga. O bueno, al menos unas normas básicas, porque ni la gramática es física cuántica, ni la ortografía es tan compleja como, no sé, la neurofisiología. 
Era arar en el mar. Lo es.
Sin embargo, y aquí viene lo segundo, había una molestia por parte de ambos, expresada en tuits, por la falta de respeto hacia el lector que nos tienen los medios «tradicionales» -y los no tanto- de comunicación. 
Fidel Cano Correa, hace unos años, creó la etiqueta #Jalóndeorejas para que así, los usuarios de Twitter le advirtiéramos sobre los errores ortográficos y gramaticales que viéramos en el periódico. Todavía hay gente candorosa y buena que insiste en ello, a pesar de que es rarísimo encontrar una sola nota, ¡una! que no tenga errores de todo tipo. Garrafales. Ya ni siquiera de tildes mal puestas, ni del muy señalado por el uso errado del término «burgomaestre» para referirse al pésimo alcalde que presuntamente gobierna a Bogotá; o «bizarro», que por su uso consuetudinario  (al que tarde o temprano cederá la Real Academia Española, como lo hizo con traumar y con antier), terminé por aceptar con su acepción francesa de raro, extraño, friki (ya aceptado, por cierto, en nuestra lengua). O estrambótico y aun polémico -término que, por cierto, se volvió un eufemismo blanqueador, un atenuante de delitos y de delincuentes. No, ya ni siquiera se trata de eso.
Hago un paréntesis. Ese abuso se extendió a otros países de habla hispana, y quisiera explicar que polémica viene del griego πολεμική, que traduce 'arte de la guerra'. Luego, extendido a la oratoria, pasó a ser controversia. Por definición, controversia es una discusión de opiniones opuestas, por lo que no tiene ningún sentido, ni siquiera en lo semántico, llamarle a un criminal, a un delincuente, a un desfalcador, polémico.
Hombre, sí. Volviendo a El Espectador, trato de entender sus infames decisiones editoriales para mantener abierto el único periódico que fuera serio en este país, seriedad que le costó la vida a su más célebre y eminente director, don Guillermo Cano. Entiendo que haya alianzas con conglomerados económicos y a su vez políticos (hoy en día eso es lo mismo) que los obliguen, con Caracol, a atenuar la gravedad de ciertos asuntos, porque los patrocinan y, en parte, porque son dueños y a su vez socios de los cacos y de tanta gente cuestionada. Eso, en todo caso, no vuelve a los Nule ningunos «polémicos empresarios», por ejemplo. Es más, ¿por qué los redactores o periodistas de ahora se dan el permiso de adjetivar y adjetivar y adjetivar? Ya, basta con decir Guido Nule, Uribe, etc., sin matices, que ya la gente sabe qué y quiénes son. ¿Polémicos? Si vamos al uso vernáculo y extendido, lo que se dice polémico, pues Maradona, y Madona y Michael Jackson y hasta la Negra Candela, que mostraban los calzones o ni se los ponían, se besaban con hombres y mujeres y salían a decir cualquier sandez, y ya. Controvertibles, sí, por supuesto; los otros son casos tipificados en el Código Penal. 
Saliendo de este paréntesis, voy a enlazar lo que ya fue 'la tapa', eso que vino a colmarme por completo la paciencia, que fue esta exclusiva de Semana.com.
Leer una nota así es como oír un disco rayado, que brinca, se devuelve y ¡no se deja oír! Ir a la ópera y encontrarse con que, como los mariachis que hay en Medellín, tienen todos los instrumentos desafinados y sopranos, barítonos y tenores no son más que tres merenderos de Envigado. No. 
Notas de semejante relevancia (y yo no pido que al pobre muchacho al que seguramente le pagan un muy mal sueldo lo echen, más bien enséñenle) no tienen excusa para ser publicadas de esa manera. Créanlo o no, en Colombia hay gente educada en estas cosas y, aunque no muy versada en el asunto, se puede desesperar con la redacción, la pésima puntuación, las conjugaciones infames del verbo haber, confundidas con el auxiliar y viceversa, más las minúsculas en apellidos y nombres propios.
No me voy a meter con los cada vez más absurdos contenidos de sus revistas, periódicos y portales. Como es evidente, tienen que pagarles a un montón de ¿redactores?, ¿periodistas? Para que así puedan funcionar sus páginas en Internet y, de paso, dar las exclusivas a las patadas, con el evidente afán de tener la chiva, sin calidad informativa ni de contenido. En lo absoluto. De ningún tipo.
Por cierto, ¿en dónde quedó la figura del Defensor del lector? ¿Qué se hizo? Carísimo ha de salirles cuando cuentan a qué olieron las medias de James después de su primer partido en el Real Madrid, cuántos centímetros aumentó la panza de Shakira en el Mundial, más todo el contenido que copian y traducen (mal) de Buzzfeed y hasta de 9Gag, ¿no? Ya ni hablar de exigirles que se aprendan el manual de estilo. ¿Aún los tienen o son solo libros de colección, editados por allá en los 80, cuando don Guillermo Cano se ocupaba y preocupaba por la forma y el fondo y la moral de este país? 
En fin. Seguirán con la payasada esa del #jalóndeorejas unos, y otros, mantendrán a sus pobres peones que, con tal de poder sobrevivir y comer, son capaces de poner en las hojas de vida que fueron maestros de español. Lo cual, me temo, puede ser cierto.  
Tan mal están los medios en Colombia que uno agradece que, por lo menos, pongan bien las comas, pero es que ni eso. 
Lo siento mucho, don Guillermo. Se hizo matar fue por nada, y en su lápida, cuando tenga con qué y cómo, mandaré a escribir, en molde de oro: aquí yace don Guillermo Cano, cuya muerte y asesinato fue en vano. Así, en verso chueco y bobo, como esos que ponen ahora en ese periodicucho que ni pa’ madurar bien los aguacates debe servir.